En el mundo de la frutas milenarias en el Perú podemos encontrar sabores prehispánicos, una de ella es la lúcuma de la familia de las sapotáceas originarias de de esta tierra propiamente dicha en la gastronomía peruana se emplea fundamentalmente para la preparación de postres y helados por este motivo y continuando nuestro viaje por el Perú y su historia el chef Miguel Ángel Valdiviezo no adentra de manera apasionante al mundo de este sabroso fruto y que pronto dará de que hablar en Europa.
Kon-Iraya,
era el hombre-huaca que vivía arriba en Anchicocha, un poco más allá de la
Cieneguilla. Todo lo podía, en todo triunfaba, aterraba a sus enemigos, todo lo
había creado él y su obra era admirada y adorada por todos los runas de la
región. Pero Kon-Iraya nunca se mostraba a los humanos tal y como era. Aunque
muy bello y apuesto, andaba siempre sucio, andrajoso, viejo y debilitado por
los siglos. Esa era la imagen que mas veces mostraba Kon-Iraya. Vivía oculto de las miradas
humanas allá arriba, más arriba de las aguas frescas y claras de la Cieneguilla,
rodeado por los cerros, protegiendo a Pariacaca, el Apu de las nieves blancas,
frías y solitarias.
En
Anchicocha los campos se iluminaban cuando aquella muchacha, aquella mujer,
salía a acariciar las flores. Cantaba a media voz, como la luna de plata. La
cascada de sus cabellos caía sobre los hombros en dos trenzas negras como noche
sin estrellas. Sus redondeces navegaban dibujando sinuosidades en el aire
tibio. Línea sinuosa y sensual con el ritmo de sus pasos en aquel trote Andino
de las ñustas del sol serrano. Cavillaca
era el nombre de esa linda mujer-huaca. Dulce Música quechua que encerraba un
ayer de purezas intocadas. Era
muy bella la cavillaca, la mujer-huaca, Diosa Virgen del valle escondido; amor
de amores de anchicocha. Todos vivían soñando amarla . Todos ansiaban, alguna
vez, dormir con ella, imaginando la dulzura de sus favores.
Era
bella, era dulce, era linda y tentadora la virgen Ñusta, la Cavillaca, adorable
mujer-huaca. Todos la ansiaban. Y la ansiaba el poderoso Kon-Iraya, el hombre
–Huaca, el dios invencible, señor del rayo, dueño del fuego, dios del amor
imposible. Kon-Iraya, sediento de Cavillaca, la miraba sin que ella pudiera mirarlo,
que no había ojos humanos que pudiesen tener visión de kon-Iraya como
verdaderamente era.
Esa
tarde Kon-Iraya decidió amar a Cavillaca. Kon-Iraya, enamorado, ilusionado, supo
allá a lo lejos en hanan-pacha , que la hora había llegado y vino por los aires
hasta anchicocha, era un ave de cien colores que se detuvo en las ramas de ese
árbol de lúcuma donde cavillaca había anclado su telar. Tronco enhiesto,
enérgico, rebosante de amor. Tronco poderoso el de ese árbol ya rodeado con las
cuerdas del telar de Cavillaca. Cuerdas amorosas, prolongación maravillosa de
los brazos de cavillaca; cuerdas tensas, transformación alucinante de los
muslos de cavillaca que envolvían ahora el viril tronco del árbol de lúcuma que
sirvío de ancla erótica a la cintura de la diosa virgen. Tronco al servicio del
profundo placer de la entrega, y el ave de mil matices allá entre las ramas escogiendo una semilla
para entregársela a cavillaca que
ajustaba la urdimbre del tapiz soñado con espasmos deliciosos
de su cintura. Tapiz soñado, color de sangre dormida, que la bella
fabricaba en el tronco fértil del lúcumo.
Kon-Iraya
preparó su semilla, la moldeo con la luz del crepúsculo en verano. Luz
congelada en el telar orgásmico. Luz dorada la de la carne dulce de la lúcuma,
con los brillos rojizos de la luna encarnada
del verano, con nubecillas verdes hechas jirones en la llanura de la
madurez. Y conforme fue madurando la carne sedienta, Kon-Iraya moldeó la semilla
humedeciéndola con su germen masculino.El
hombre-Dios entregó su semilla. Confusa de placer, cavillaca miró al cielo y
vio alejarse al ave divina que se disolvió en un letargo de hembra satisfecha.
Y
diez veces se renovó la luna y la luz del sol alumbro al hijo de cavillaca que
había sido preñada sin obra de varón. Niño sin padre de la diosa virgen. Hijo
de un hombre huaca que se esfumo en un sueño. Padre desconocido que vivió un
alucinado instante; que no quiso dejar huella de su amor, pero que puso como
semilla una fruta que sería el símbolo de su profundo amor latente.Y
nacieron diez lunas más, gemidos silenciosos de mama quilla, y el niño estaba
allí. Gateando ya, el hijo de la lúcuma, buscando al que había entregado la
lúcuma a su madre…
Kon-iraya
estaba allí, enredado y escondido en el círculo de dioses que habían deseado a
cavillaca. Allí estaba silencioso, inmóvil, encorvado sobre su bastón, como
siempre estaba cuando los humanos podían mirarlo. Sucio, andrajoso, viejo y
debilitado por los siglos. Visión repugnante que ni por un instante atrajo las
pupilas de cavillaca. El niño seguía gateando. Buscando desorientado. Hasta
llego al lado de Kon-Iraya y se irguió y
abrazó a las piernas del viejo repugnante y sarnoso y comenzó a acariciar y
besar los muslos sucios y cubiertos de
jirones malolientes. El hijo de la bella Cavillaca había reconocido al que
había entregado la lúcuma.
¡NO!
¡NO! ¡NO PUEDE SER! ¡Yo no conozco a ese hombre miserable!!Mi hijo no puede ser
de un miserable piojoso! Asqueada cavillaca, alzó a su niño y salió corriendo
hacia donde el sol moría y corrió y corrió con su niño en el ritmo de sus
espaldas y corrió y corrió.
¡Cavillaca!
¡Mirame! ¡no te vayas! ¡no te lleves a mi hijo!, gritaba Kon-Iraya sonriendo al
principio y desesperadamente después. ¡Cavillaca! ¡Mírame, amor mío!,
Kon-Iraya aparecía ahora en toda su belleza varonil, vestido de
oro y plata, con brillantes orejeras de esmeraldas y turquesas, mostrando sus
brazos fornidos y llamando a su amor de un día.
Suplicaba el Dios terrenal, vestido lujosamente y
suplicando, pero Cavillaca no supo voltear la mirada. Siguió corriendo, huyendo
de la visión repugnante que atrás dejaba, y corrió y corrió hasta llegar al
mar, al lado de la gran Huaca “Pachacamac”
y se lanzó a las olas con su hijo en brazos y la muerte la cubrió bajo
la brisa salobre y desde entonces, cavilaca y su hijo convertidos en piedra, se
muestran en dos islotes cuando el sol se oculta en el horizonte de pachacamac,
tiñendo el aire, el cielo y las olas con el color de la Lúcuma.
Si
para el mundo cristiano la manzana estuvo presente en la creación de todo y
constituye un símbolo, en la cosmovisión de los antiguos peruanos ese lugar lo ocupa la lúcuma, pero no solo
posee un significado alegórico, testigo del origen de las cosas, sino que
también y a diferencia de la manzana- fue un alimento de importancia en la dieta diaria, al ser una
buena fuente de carbohidratos, vitaminas y minerales, aparte de su
inconfundible y delicioso sabor que expresa en su madurez.
Aunque un poco largo el relato, muestra nuestra férrea unión
de nuestra cultura antigua a los alimentos que nos rodeaban, al igual que la
lúcuma hablaremos en otro artículo de la leyenda de los hermanos ayar, cuyos
nombres todos tenían significado alimenticio y es la leyenda del nacimiento del
imperio INCA.
Miguel Angel Valdiviezo
Bibliografía “Lúcuma” de Mariella Balbi y
Fernando Cabieses
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